Cuenta la tradición oral que en el anteriormente conocido como “Pago de los arroyos” y que ahora es la ciudad de Rosario, un glorioso 27 de febrero el General Manuel Belgrano clavó por primera vez el mástil que enarboló nuestra gloriosa enseña celeste y blanca y que uno de los gloriosos granaderos que acompañaban al general entregó su hombría y su integridad, dándolo todo por la Patria, y cuando la tradición dice todo, dice TODO.
En las jornadas anteriores a esa epopeya tarde, nuestro granadero fue designado en una misión a fin de procurar buen tronco para enarbolar la enseña patria por el mismísimo General Don Manuel Belgrano.
Luego de haber comido la tropa toda una magra provista de galleta enmohecida y unas pocas mojarritas que pudieron agarrar con la mano en la orilla del majestuoso río Paraná. Las provisiones escaseaban, las tropas realistas bloqueaban las chalupas repletas de charqui, mazamorra, pastelitos y cantimpalo provenientes de Buenos Aires impidiendo de esa manera abastecer a nuestros pretéritos héroes. El general no se amedrentó ante tal cuadro y gritando con su aflautada vocecita dijo:
“Muchachos, o la clavamos o no somos argentinos carajo, Granadero Altamirano, busque un buen palo que podamos clavar en la barranca y de esa manera, hacer flamear nuestra sempiterna enseña patria. La empresa no resultará fácil, eso no nos es ajeno. Lo sables están mochos y nuestra única hacha de mano fue retenida por el párroco bajo pena de excomunión a la tropa por que el mismo tenía que cortar leña para calentar el agua para sus baños exorcísticos. Nuestra patria merece un sacrificio Altamirano y deposito en usted toda mis esperanzas de que consiga un buen tronco para clavar en esta tierra argentina, un tronco firme, duro, macho, no un tronco cualquiera. En ese tronco, Altamirano, flameará nuestra enseña patria. Vaya Altamirano, busque ese tronco y no vuelva sin él, y ya sabe, délo todo en esta causa. Su nombre figurará en el devenir pletórico de gloria. Délo todo y no se amedrente soldado”
¡Si mi general! - Respondió nuestro recio granadero y partió a los matorrales en busca del tronco destinado a la gloria.
La misión no era fácil. En aquel lugar solo abundaban espinillos mas retorcidos que viejo con mal de Parkinson. Yuyos duros como pelo de carpincho histérico, Vizcacheras traidoras aparecían en su andar provocando que Altamirano meta sus botas recién lustradas en profundidades abismales. Se había recalcado el pie en una de esas tantas ocasiones. Su sable estaba partido al medio y portaba, además de su impecable traje en esas horas horribles de calor de febrero, una enorme damajuana con veinte litros de agua para soportar la canícula de febrero. La llanura, como siempre, amplia, chata, donde solo pastos odiosos y alguno que otro de esos putos espinillos se elevaban corrompiendo la horizontalidad de la pampa húmeda.
Treinta kilómetros ya iba caminando Altamirano en busca de su tronco pero nada aparecía por ese inhóspito lugar. Pero él, hombre de ley, no se dejaría caer en la desazón tan fácilmente, por lo que caminó sesenta kilómetros más, oteando cañadones, peleando mano a mano con caranchos, bandurrias caníbales, hordas enteras de cuises, y hasta con un gliptodonte, tan comunes en estas zonas en tiempos pasados, ganando todas y cada una de esas batallas. Otras lenguas hablan de cierta payada con un tatú carreta, pero no se tienen muchos detalles de tal suceso.
Cansado, muerto de calor, pero con el alma entregada a la patria siguió y siguió, arrastrándose como podía, en un momento cayó de bruces sobre un cardo en flor, sin que esto le importe demasiado.
Al abrir los ojos lo vio a la distancia, un hermoso palo borracho, solo, en medio de la nada, no estaba muy crecido, pero tenía el tronco necesario, el tronco patrio, el tronco que haría de mástil a nuestra gloriosa bandera por primera vez. Poseído de espíritu criollo y argentino, corrió cual fuego fatuo hacia el palo borracho. Ya cerca de él, lo admiro sonriente, sudado, con los ojos brillosos de emoción. ¡El, Petronilo Altamirano, cumpliría la misión que el mismísimo Belgrano le encomendara! ¡Ah Patria! ¡Ah, Diosito gaucho! ¡Que alegrón po! Mas caía en la cuenta de que aún faltaba mucho para lograr su propósito, notó su sable, que quedó en deplorable estado luego de partirle el cráneo a un malacara de la caballería española. El palo borracho estaba firme en la tierra áspera y reseca y nada había en derredor que pudiera auxiliarle. Pero nuestro granadero no se amilanaría ante la adversidad. Pensó durante siete horas qué podría hacer para desplantar el árbol y así llevarlo a clavarlo a la barranca. Hasta que se le prendió la vela (lamparitas no había en aquella época) y dijo:
“Si me tomo la damajuana entera y luego orino, aflojaré la tierra y así arrancaré el árbol para transportarlo ante mi amadísimo general y de esa manera flameará nuestra Bandera Nacional”
Dicho y hecho, se clavó la damajuana toda, que hasta ese momento había obviado usarla tomando agua de los arroyitos de la zona. Esperó que le vengan las ganas de mear y se echó tal meo que el palo borracho se aflojó cayendo de bruces a la tierra rabiosa.
Mas para lograr su meo, Altamirano tuvo que exponer su virilidad a los cuatro vientos pampeanos, virilidad generosa que tata Dios le había dado. Fue en ese momento que un zorrito que por allí merodeaba vio las vergüenzas al aire de Altamirano, empingándose de tal forma que el palo borracho era un escarbadientes con respecto a la talla del zorrito. Traidoramente y de un salto, acometió a nuestro rudo granadero que ante tal infortunio recordó las palabras su general “Dalo todo Altamirano, dalo todo por esta causa”
Le dolió menos a Altamirano transportar noventa kilómetros sobre sus espaldas el palo borracho que las cuatro mil trescientas feroces embestidas que el empingado zorrito le propinó en su esfínter. Pero como sea, la cosa es que un 27 de febrero, a las seis de la tarde, en las barrancas del Paraná, flameó por primera vez nuestra enseña patria, para bien de todos los argentinos. Del zorrito poco se supo y de Altamirano, se cuenta que se hizo marica y atendía en una pulpería por la zona de lo que ahora se conoce como el rosarino barrio de Echesortu, y dice la tradición oral, que el sexo era bueno y gratis en esa pulpería, sobre todo la fellatio in ore.
Se recuerda aquella gesta con el siguiente cielito:
CIELITO DE ALTAMIRANO
Cielo cielito cieludo
Cielito de Altamirano
Granadero, muy rudo
Por la patria dio su ano.
Cielo cielito zorrito
Animalito empingado
Fue por atrás, él solito
Embistiendo al soldado
Cielo cielito mirado
Cielito de Altamirano
Granaderito sin invicto
Flor y escarapela tu ano.